Bueno, a lo mejor el título me ha quedado un poco pretencioso y rimbombante. Pero nadie que haya vivido en Brasil y vivido Brasil, pateado sus calles y pasado del umbral del turista más melindroso, habrá tenido un contacto, aunque sea mínimo, con este tipo de aperitivo-snack-bocado tan típico de aquella cultura. Yo no los conocí, me zambullí en ellos; para mí, los salgados se convirtieron en religión.
Hay quien dice que vienen del petisco portugués (nuestro pincho o tapa), pero decir eso es no fijarse; las auténticas adegas portuguesas de Brasil, y las hay a puñados, sí ofrecen petiscos clásicos, como hígado encebollado o lingüiça de origen italiano. Los salgados son un producto mucho más industrial, que siempre combina una masa harinosa y un relleno variable (queso, carne, verdura, normalmente elaborados), todo ello frito u horneado.
Los salgados son una comida de mañana y mediodía, muy rápida y popular, y no precisamente sana, indicada para trabajadores de la calle, estudiantes con pocos ingresos, oficinistas faltos de tiempo libre… De esas de comer de pie, sujetas con una grasienta servilleta o trozo de papel de estraza, y bien aliñadas con salsa de pimenta muy picante, o bañadas con kétchup a cada bocado.
Con un pie en el bar y otro en la calle es como mejor saben
Y hay muchos tipos de salgados. Dejad que me recree… Tenemos empadas de harina de trigo hechas al horno; coxinhas de bechamel de caldo rebozadas y fritas y sus primos el rissole y el enroladinho; las esfirras y quibes originarias de Oriente Próximo; también las bolinhas de bacalháu. Los pasteis son otra cosa, parecida pero que sólo veremos combinada con caldo de cana en los botequins de chinos (por lo menos en Río).
Eso por fuera; por dentro, o sea, sus rellenos, no son muy variados pero pueden resultar muy diferentes en función de la combinación. Abundan las carnes picadas de ternera o cerdo bien adobadas, y la carne de pollo deshilada en una salsa básica y sabrosa de tomate y perejil. Otras recurren a los quesos, del famoso queijo de Minas, blanco y fundente, al exótico y delicioso catupiry.
Para comerlos en su contexto correcto, lo suyo es acercarse al boteco más básico que veamos, de esos de pared de azulejo y mostrador de acero inoxidable impecablemente limpios, sentarse en la barra, señalar uno con el dedo y pedir para acompañar un refresco (yo prefería zumos, pero el refresco es más ligero y apropiado) de lo que haya.