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Santa Teresa, la joya de Río de Janeiro

Toda gran ciudad que se precie de serlo tiene al menos un barrio bo-bo (bohemio-burgués, como dirían los franceses) o hippijo, en castizo. París tiene Montmartre, Londres tiene Camden, Madrid Lavapiés y Barcelona, El Raval. Nueva York tenía Greenwich Village y Berlín… bueno, Berlín tiene varios, digamos Prenzlauer Berg. En São Paulo está Vila Madalena. En Río, Santa Teresa ocupa indiscutiblemente ese lugar.

Enclavada entre colinas, entre el Centro, Lapa y Glória, y entreverado de favelas, se eleva a la vez señorial, vibrante y melancólica sobre la ciudad. Nació en el siglo XIX, a la sombra del convento homónimo, como refugio de los nuevos palacetes de la alta burguesía. Entre sus empinadas y adoquinadas calles flanqueadas por una vegetación exuberante encontraremos un respiro de la efervescente (y con frecuencia agobiante) ciudad.

Su principal atractivo: lejos de ser un barrio-museo, Santa Teresa está viva. En ella, los vecinos de toda la vida se encuentran con intelectuales brasileños, mochileros europeos, hijos perdidos de toda América Latina. Ateliers de artistas, bares con animadas tertulias espontáneas, centros culturales se mezclan con otras estampas más típicas de Río de Janeiro: mototaxis, el cableado aéreo, los meninhos de rua.

Un día en Santa Teresa

La mejor forma de entrar en Santa Teresa es su emblemático bondinho. Ojito con imitar a los nativos: subir y bajar en marcha requiere cierta pericia. Avisados quedamos: si alguien sufre un accidente, que no sea por falta de información. El largo dos Guimarães es el centro neurálgico desde el que perdernos: comprar algo en los tradicionales secos-e-molhados portugueses, comer un salgado en el Bar do Gomes, y si tenemos suerte encontrarnos un ensayo del bloco Songoro Cosongo (en realidad, un simulacro semanal del Carnaval).

Podemos terminar el día viendo la puesta del sol en el largo das Neves. Santa (como la llaman los residentes) tiene las mejores vistas sobre Río, sobre todo de noche.  Y hay que intentar a toda costa terminar la noche “colándose”, lo que no es difícil, en alguna de las muchas fiestas privadas que se improvisan por las viviendas del barrio.

Me dicen que se está volviendo caro, entre tanto mundial y tanto juego olímpico. Normal. Además, pronto será una víctima de su propia popularidad “multiculti”. Ocurre fácilmente con este tipo de barrios: llega la moda, se masifican, se vulgarizan y se queman, y otros vienen a sustituirlos. Si pasas por Río no dejes de visitarlo, antes de que sea tarde.

Selva, montaña y frío en el interior del Estado de Río de Janeiro

Río de Janeiro es una gran ciudad, tanto en tamaño como en contenido, eso es cosa sabida. Pero, a pesar de ser un gran núcleo receptor de turistas, es una especie de isla, en tanto en cuanto llegan y salen aviones cargados, sin que apenas nadie se anime a conocer mejor el territorio circundante, más allá de Maracanã y Niterói. Hoy nos vamos a la sierra.

Río es la capital del estado homónimo, que divide su territorio entre una costa tropical y, a pocos quilómetros, una serranía húmeda y agreste que nada tiene que ver con los tópicos playeros cariocas. Debemos viajar hacia el norte, dejando atrás la gran conurbación de la Zona Norte y, más allá de Duque de Caxias, atravesar la llamada Baixada Fluminense hasta el primero de nuestros destinos: Petrópolis.

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