La historia de Abu Simbel comienza en el siglo XIII a.C. durante el reinado del faraón Ramses II. Egipto combate en varias batallas contra las tropas hititas del rey Muwatallis II y tras la batalla de Qadesh se firma un acuerdo de paz que es interpretado por ambos bandos como una victoria.
Por el lado egipcio se decide la construcción de un templo en honor del faraón y de su esposa Nefertiti que conmemorara la que consideraron una importante victoria militar y que estaba destinado a mostrar la fuerza del imperio.
Finalmente se construyeron varios templos que formaban un único conjunto y que se excavaron en una colina en la actual región de Nubia, al sur del país.
Como tantas construcciones fue olvidada
Abu Simbel tardó veinte años en ser acabado y tras un periodo de auge fue olvidado y la arena cubrió sus impresionantes construcciones. Sus fabulosas estatuas llegaron a estar tapadas hasta a la altura de las rodillas, lo que da idea del grado de abandono que sufrió este templo.
A finales del siglo XIX, en pleno auge de las expoliaciones arqueológicas que sufrió el país africano, los dos templos de Abu Simbel fueron visitado por algunos arqueólogos que saquearon todas sus riquezas y las sacaron fuera del país ante la impotencia y, por qué no decirlo, la indiferencia de las autoridades locales.
Vacíos de riquezas y sin nadie que reivindicara su historia y su valor, los templos de Abu Simbel continuaron cubriéndose de arenas de vuelta al olvido.
La construcción de la presa
A mediados del siglo XX el gobierno egipcio comienza a planear la construcción de una nueva presa en el río Nilo, en Asuán. Se trataba de un proyecto muy ambicioso que por fin podría contener las caprichosas crecidas del Nilo que tantos problemas causaban a la agricultura.
Pero la construcción de la famosa y necesaria presa implicaba que el templo de Abu Simbel quedaría para siempre bajo las aguas del Nilo. Es entonces cuándo un grupo de arqueólogos comienza a llamar la atención sobre la enorme importancia de estas construcciones y la necesidad de llevar a cabo un plan para salvarlas.
Y aquí comienza el milagro. La UNESCO consigue la colaboración de múltiples países para un proyecto titánico que implicó la construcción de unas nuevas colinas artificiales en las que irían situados los antiguos templos. Estos fueron troceados y desmontados piedra a piedra para volverse a montar en el nuevo emplazamiento a doscientos metros del río y a una altura muy superior a la anterior.
Cuatro años de increíbles trabajos que nos permiten a día de hoy seguir disfrutando de estas increíbles construcciones que tienen ahora un doble valor histórico.